Hace muuuchos años unos señores mayores decidieron que ,para aportar mucha luz y
color a las calles de Zaragoza, la mejor idea era plantar una gran cantidad de
árboles Tilia hybrida Argentea.
Así fue como Tilia se
trasladó con toda su familia a la capital aragonesa. Como es normal, los inicios no fueron
fáciles. Su nueva residencia, Zaragoza, poseía demasiada sequedad ambiental.
Sus inviernos eran muy fríos y sus veranos muy cálidos. El entorno tampoco era el que sus padres
hubieran deseado: una gran cantidad de coches
circulaban alrededor de Tilia,
incluso a altas horas de la madrugada ¡así no había quien descansara! Además
Zaragoza es una ciudad muy inconformista, por lo que se pasan la mayor parte
del tiempo en obras.
Pero en verdad quienes
peor lo pasaban, entre tanta contaminación, eran las abejas que se
derretían por el polen de Tilia.
Tilia se quedaba desnuda en los espléndidos otoños de la
ciudad pero aprovechaba los largos
inviernos para recuperarse y ofrecer a los ciudadanos lo mejor de ella en
primavera: sus espectaculares frutos y flores. Pero sobre todo la mejor cualidad que Tilia ofrece a la ciudad es su
espléndido aroma.